La confianza vale más que el euro

Carlos Risso

por Carlos Risso

martes, 25 de mayo de 2010

La Eurozona vive las horas más duras desde sus comienzos allá por 1999. Sus países miembros, tan aparentemente unidos hasta hace menos de un año, hoy sacan a la luz sus miserias e infortunios para asestarle a un mundo todavía convaleciente un nuevo golpe de irresponsabilidades compartidas con resultados imprevisibles.

 

La crisis que se inició en Grecia se propagó luego a España, más tarde a Portugal y sigue golpeando puertas sin que nadie se anime a pronosticar su final, temerosos de que la infección se siga expandiendo y termine afectando más socios con muy parecidos síntomas pero que disimulan los dolores con analgésicos de corta acción, es de una crudeza que asusta.
Solo basta pensar que tanto Italia como Irlanda por ejemplo no están en mejor posición que aquellos y recorren la fina cuerda del equilibrio pensando más en el resbalón fatal que en alcanzar el pedestal del alivio.
 
Los hermanos mayores, Alemania y Francia nuclearon a la Unión Europea buscando por diferentes caminos darle una solución a la zona, poniendo sobre la mesa de negociaciones miles de millones de euros para tapar los agujeros que las deudas generadas por malas administraciones provocaron en algunos de sus socios, a costa de un necesario e imprescindible ajuste de sus economías.
No estuvieron solos; el FMI se les unió para tejer entre ambos una red de protección que llevase tranquilidad a los mercados mundiales. Más miles de millones de euros desbordaron la mesa y provocaron en esta fantasía de pensamientos de gordas billeteras la creencia que el fin estaba cumplido y la crisis caminaba rumbo a su desaparición.
 
Se equivocaron… por dos veces creyeron tener la llave del tesoro y terminaron convenciéndose que ese tesoro en particular no abre con la palabra clave euro, sino que necesita una segunda clave tan ó más poderosa que esa, llamada confianza…y subestimaron a los mercados.
 
Durante dos fines de semana se auto convencieron de haber superado la crisis sumando euros, intentando tapar con cifras cada vez más millonarias una realidad que si bien se había desbordado en los últimos meses venía de mucho tiempo atrás, incluso, casi desde los comienzos engañosos del mundo Euro.
Esos fines de semana de euforia se transformaron rápidamente en semanas enteras de dudas, de incertidumbre, de caídas de bolsas, títulos y monedas, de pánico social, de tembladerales políticos, de desconfianza y falta de credibilidad más que sobre lo resuelto, sobre la forma de implementación de la ayuda ofrecida y cuan decididos estaban los afectados a asumir los compromisos exigidos.
 
Y son precisamente los mercados los que reflejan cada una de estas vivencias de alegría, de decepción, de euforia, de incertidumbre, de dudas, de malhumores, etc. Todo pasa y se nota ahí y aunque los mercados en si mismos y por formación no tengan sentimientos, sean fríos y generen casi simultáneamente placer y odio, alegría y bronca son ellos justamente quienes suben y bajan pulgares y arrastran tras de si soberbios análisis y detallados gráficos que terminan muchas veces expuestos a resultados a primera vista incomprensibles con la simple e irrebatible explicación de ser la fuerza del mercado.
 
Ante una señal, un dato, una declaración, un informe, el mercado en general tiene una primera reacción irreflexiva, instantánea, prematura, alejada de estudios y análisis. Es como una necesidad del operador de manifestar un sentimiento de euforia ó de decepción veloz, primario, hasta irracional, como queriendo llegar primero a una meta que ni el mismo sabe cual es.
 
No extrañó entonces que la medida tomada por la UE y el FMI tuviese un primer efecto positivo, pero con una recaída aún más peligrosa del enfermo tan pronto el cuerpo médico comenzó a analizar que más analgésicos no era la medicación oportuna y que la salud del paciente necesitaba de otros tratamientos para empezar la recuperación. 
 
Le quedó claro a la Eurozona que al dinero que puso a disposición de sus socios para calmar ansiedades le debe agregar otras medidas. Los mercados ya le marcaron el terreno y suelen descontrolarse muy velozmente si no encuentran esa dosis de tranquilidad tan necesaria que le evite inferir nuevos contratiempos.
 
Pasada la euforia y la irracionalidad inicial, el mercado no encuentra elementos creíbles tanto para sostener planes de ayuda como tampoco para soportar aquellos que supongan ajuste. Descree en definitiva tanto de aquel que mete la mano en la billetera para aportar al salvataje, como de quien para recibirlo debe hacer drásticos y dramáticos cambios en su desordenada economía.
Y si bien ambas posturas juegan sus fichas ganadoras para lograr la certidumbre tan necesaria para contrarrestar cualquier actitud que pretenda malograr sus buenas intenciones, la tan necesaria confianza todavía no se alcanzó para obtener los objetivos propuestos.
 
Cuando el mercado crea que tanto el grupo mixto UE/FMI como los países afectados hayan logrado sintonizar el mismo canal de entendimiento, en donde el dinero y los compromisos de palabra se hacen efectivos más allá de perjuicios políticos y daños sociales, es probable entonces que los caminos comiencen a encontrar puntos en común y la zona revierta este ciclo lamentable que va camino a cambios importantes de la historia europea.
Si por el contrario, al mercado no le llegan esas señales positivas y las disputas se mantienen, los euros puestos al servicio de un paraguas protector sobre la zona seguirán nadando en el río de la desconfianza y los resultados negativos perdurarán alimentando las peores consecuencias.
 
Hoy, vale mucho más la confianza que se obtenga por hechos puntuales y demostrativos de una voluntad de cambio de cultura y de ordenamiento económico y social, que la suma de más millones de euros que siguen cayendo en un agujero sin fondo y que lo único que agregan es más deuda a países que miran sus números en rojo y piensan en soluciones polémicas.
La confianza no se compra, se gana.
 
Mantenerse en la zona ó salirse de ella, será una decisión que estará en boca de más de uno de los socios y no necesariamente de aquellos más señalados por el dedo acusador de la sociedad, sino incluso por los más grandes y privilegiados que sienten dentro de sus organizaciones la presión de volver a emerger en solitario de la mano de aquellas monedas que marcaron la historia grande del mundo.
Tal vez se crea y entienda menos una salida de Grecia del euro que de Alemania, en donde sus habitantes ya vuelven a mirar con mayor simpatía una vuelta al marco que mantenerse en un grupo que cada día más le demanda y menos le ofrece. Pero esto es otra historia a escribirse.
 
Hasta la próxima