El mundo que dejamos

Carlos Risso

por Carlos Risso

sábado, 21 de febrero de 2009

La gran preocupación de cada generación es pretender dejar un país mejor para sus hijos y nietos.

¿Qué mundo le estamos dejando a los nuestros, hasta donde nuestra ambición desmedida está destruyendo las bases de una sociedad que detrás de una impresionante tecnología y de un confort inigualable no encuentra la más mínima posibilidad de convivencia racional?

Nadie en particular es responsable de una sociedad global insegura, ilimitadamente ambiciosa, donde los valores morales y éticos se desprecian, donde cada uno busca salvarse sin importarle si en el camino quedan caídos pisoteados por el deseo irrefrenable de ser el más poderoso.

Todos en general igualmente somos testigos activos y necesarios para que la obra macabra del despojo colectivo se concrete, somos espectadores de una función participativa en donde los actores se nos mezclan y confunden aunque al final de la obra solo unos pocos saluden desde el escenario.

Llegamos a la Luna, a Marte, queremos saber si hay vida en otros planetas. ¿Será acaso un regalo de Dios para aquellos inocentes, hoy niños, que una vez que hayamos destruido la Tierra tengan la posibilidad de intentar una vida mejor a millones de kilómetros de ella?

La inseguridad es patrimonio del mundo. Nadie está exonerado de ella. Emergentes, desarrollados, sub desarrollados, fronterizos, póngale el nombre que le guste, pero todos sin excepción tenemos a la inseguridad como principal estandarte de toda campaña electoral. Sin embargo la misma avanza y avanza y nadie es capaz de ponerle un freno. Cada vez les ponemos más rejas a las casas, usamos servicios de vigilancia, salimos menos a la noche, a los hijos les damos un manual de seguridad, desde como tomar un taxi, a como deben contestar un celular. Nada ni nadie se salva. Muchas familias se van desintegrando por el flagelo de la droga que lleva a matar y a morir. A nosotros nos asusta pero más nos asusta lo que les pueda pasar a ellos.

Ahora, los economistas, analistas, políticos, historiadores, etc. dicen que estamos en presencia de la crisis más importante que se conozca desde la Gran Depresión de 1930.

Es el último – por el momento – gran regalo que le vamos dejando a nuestros hijos y nietos.

Esta la empezaron los buenos, los poderosos, los mayores y mejores creadores de fortunas, los maestros del saber hacer, aunque nadie tampoco debería hacerse el distraído. Este desaguisado les vino bien a varios para meter la basura debajo de la alfombra. Pero la enfermedad se transformó técnicamente en una pandemia, donde nadie quedó libre de ella. Y mientras el virus sigue mutando y sigue contagiando y nadie tiene el antídoto indicado para aplicar, el peor síntoma que sufre la dignidad humana que es la falta de trabajo comienza a hacerse sentir. No interesa saber cuantos quedarán por el camino, como siempre, los más débiles son los que más sufrirán. Ya no importa quien organizó la fiesta, quien contrató el buffet, los músicos ni quien adornó el parque. Cuando llegaron los acreedores todos se habían ido y corrían despavoridos en distintos sentidos pero confundidos en la multitud en donde era imposible saber quienes eran responsables y quienes invitados. Y como identificar a aquellos era imposible, entonces todos, sin excepción debemos pagar por esta fiesta a la que la gran mayoría no asistió.

Para algunos se rompió el gran espejo de la irrealidad que les permitía vivir en un mundo virtual lleno de fantasías. Para los muchísimos más, comienza a hacerse añicos el pequeño gran sueño de pretender vivir y dejar una vida mejor.

La ambición desmedida le dio una cachetada a un mundo arrogante y soberbio, que creyó que todo se podía, que pensó que no había barreras para ganancias infinitas sin importarle los costos que debían pagarse por ello.

Hoy la realidad es muy otra y quienes nos colocaron en esta situación buscan soluciones mágicas con analgésicos que sólo calman pero no curan.

Mientras el mundo espera ansiosamente al sanador, me sigo preguntando que mundo tan egoísta e injusto les dejamos a nuestros hijos y nietos y busco desesperadamente las respuestas que se merecen que les demos.

Hasta la próxima