Debemos enfriar la cabeza

Carlos Risso

por Carlos Risso

domingo, 18 de mayo de 2008

Días pasados me preguntaban que opinaba sobre la situación en la Argentina, que posibilidades había de una devaluación, si era cierto el “corralito” financiero, si creía que este conflicto entre el gobierno y el campo podía generar una desestabilización económica y mayor aún, política y social.

No me permito siquiera pensar en ninguno de estos escenarios, porque me aparecen lejanos e irrepetibles aquellos momentos del corralito y el de las devaluaciones que marcaron una historia y una histeria en todos los argentinos que vivieron aquella época que me llevan a juzgar como nefasto repetir experiencias similares.

No quiero ni imaginar tampoco que las diferencias manifiestas entre el campo y el gobierno culminen con un estallido económico y peor todavía, social.

La inmensa mayoría de quienes vivimos en esta tierra deseamos una pronta solución del conflicto con la única secuela de la pirotecnia verbal que caracteriza y es normal en cualquier diferendo.

Cuando comenzó toda esta suerte de convulsión hace aproximadamente dos meses, bajo el título "Que los conflictos no nos dividan" escribí una nota diciendo que este era un tema puramente económico y que no deberían mezclarse otros ingredientes. El aumento de las retenciones era sólo una cuestión de números, caprichosos tal vez, elevados quizás, necesarios se podría argumentar, según el punto de vista de cada una de las partes en discordia, pero en definitiva una definición económica.

Y quisimos despojar totalmente a este conflicto de lo que comenzaba a asomarse por aquellas horas, que las diferencias económicas se fueran transformando en diferencias de clases, de color, de barrio y de sector geográfico.

Si uno busca explicaciones al porqué se llegó a esta situación muy probablemente encontrará puntos a favor y en contra de los dos lados, porque cada uno a su manera tiene los argumentos creíbles y demostrables que su razonamiento es el lógico.

Cuantas veces a lo largo de estos meses nos preguntamos ¿Cual es entonces el motivo para que un conflicto generado por un tema económico termine casi dividiendo a la sociedad, temiendo sus habitantes hasta el derrame de sangre, enfrentándose en un peligroso juego dialéctico de ricos y pobres, blancos y negros, norte y sur?

¿Como es posible que la terquedad, la arrogancia, la obstinación, la prepotencia y hasta la insensatez hayan podido prevalecer por sobre valores más nobles como la serenidad, la humildad y la grandeza humana, al punto tal de ponernos para muchos, con alto grado de dramatismo, al borde del abismo?

Cuesta encontrar uno ó más porque.

Desde la lógica de un pensamiento despojado de favoritismos y de intereses de cualquier lado, este conflicto ya sería una anécdota.

Pero tendría que haberlo sido aún desde la lógica de un enfrentamiento de estilos, de intereses y de proyectos diferentes, siempre y cuando a través de la negociación no haya otros factores escondidos que busquen en la resolución del enfrentamiento un beneficio adicional ajeno a la discusión.

En la V Cumbre de América Latina, el Caribe y la Unión Europea, que acaba de finalizar en Lima, Perú, en el encuentro entre el MERCOSUR y la Unión Europea, a nuestra Presidenta Cristina Fernández como presidenta pro-tempore del bloque regional le tocó encabezar las negociaciones con el bloque europeo. En su enfoque respecto a las estancadas negociaciones comerciales debido a las políticas proteccionistas de los países desarrollados, expresó su reclamo diciendo: “hay que sentarse a negociar en serio…” y agregó, “no estamos hablando de ideología, estamos hablando de economía, de números”, en una clara demostración de entender que a los problemas hay que solucionarlos negociando sobre los fundamentos que los originaron y no agregándole desencuentros ideológicos que sólo sirven para ampliar el problema y dividir a los interlocutores.

Sobre estas bases se debería encauzar el problema entre el gobierno y el campo, que sean discusiones económicas, donde los números sean quienes determinen la razón de uno sobre otro, y no se permita que ningún otro factor vulnere este escenario.

Si bajo este espíritu se vuelven a sentar en una mesa hombres del gobierno y hombres del campo, tal vez empecemos a tener mejores y más auspiciosas noticias. En definitiva todos son hombres de un mismo país, que pueden y hasta es lógico que piensen diferente, pero deben tener una misma definición de país en el cual se quiera vivir y también sería una buena señal para aquellos que con el argumento de colores de piel ó estados patrimoniales diferentes pretenden imponer un divisionismo de la sociedad y justifican bajo este pretexto el uso de la fuerza en cualquiera de sus metodologías.

Lo del principio, debemos enfriar la cabeza, más que la economía.

Hasta la próxima