por Gustavo Giráldez
lunes, 01 de octubre de 2007
Muchos saben que para el programa de Radio, generalmente escribimos nota sobre finanzas, también temas relacionados con la salud en el Sistema Financiero.
Las otras noches, en la búsqueda de material para exponer, me encontré con una historia fascinante que me conmovió y quiero compartir con Uds.
Comprendí, que a veces no reparamos en la grandeza de personas que marcan hitos, y menos cuando lo hacen humilde y desinteresadamente sin ese objetivo buscado, en pos del bien y alcanzan a toda la humanidad.
Este héroe silencioso, jamás se propuso sobresalir y menos perpetuarse en la historia, él aceptó el momento y el lugar que le tocó vivir….
El tiempo le dio, lo que la historia le debía, casi 40 años después lo condecoraron.
Hamilton Naki, un sudafricano negro de 78 años, murió el 29 de mayo de 2005. La noticia no figuró en los diarios de aquellos días, pero la historia de él es una de las más extraordinarias del siglo XX.
El 2 de diciembre de 1967, Denise Darvaald, una joven blanca atropellada al cruzar una calle, fue trasladada con urgencia al Groote Schuurhospital - Ciudad del Cabo - Sudáfrica, donde se le diagnosticó muerte cerebral, aunque su corazón seguía latiendo.
En otra cama del mismo hospital, Louis Washkansky, un tendero de 52 años, agotaba sus últimas esperanzas de vivir. Entonces, el Doctor Barnard decidió intentar una vez más, el trasplante.
En una épica intervención de 48 horas, hubo dos equipos médicos que lograron extraer el corazón de la joven e implantarlo en el cuerpo de Washkansky. Los asistentes recuerdan la delicadeza con la que Naki limpió el órgano de todo rastro de sangre antes de que Barnard volviese a hacerlo latir en el pecho del hombre. Fue la primera operación de transplante cardíaco humano con buen resultado, era así superado lo que fue durante siglos un reto imposible para la medicina.
Era un trabajo delicadísimo. Naki era tal vez el segundo hombre más importante del equipo que hizo este trasplante cardíaco. Pero no podía aparecer porque era negro en el país del apartheid.
En la Sudáfrica racista, donde se establecían diferencias en el sistema jurídico en función del color de la piel, fue Christian Barnard -sudafricano blanco- y cirujano-jefe del grupo, quien se transformó en una celebridad instantánea; recibió todos los honores de la intervención y su figura recorrió el planeta. Pero Hamilton Naki no podía salir en las fotografías del equipo.
Cuando apareció en una foto, por descuido, el hospital informó que era un empleado del servicio de limpieza.
Naki usaba chaleco y máscara, jamás estudió medicina o cirugía. Había abandonado la escuela a los 14 años, por necesidad, debía trabajar. Era el jardinero en la Escuela de Medicina de Ciudad del Cabo.
Aprendió cirugía presenciando experiencias con animales. Aprendía de prisa y era curioso. Hizo toda la clínica quirúrgica de la escuela, donde los médicos blancos practicaban las técnicas de trasplantes en perros y cerdos. Comenzó limpiando los chiqueros del Departamento Médico y, más adelante, trabajó como anestesista de animales, luego operó y, finalmente, trasplantó órganos a animales como perros, conejos y pollos.
Se transformó en un cirujano excepcional, a tal punto que Barnard lo requirió para el equipo. Quizás las palabras del célebre Barnard, poco antes de su muerte, lo resumía así: "Tenía mayor pericia técnica de la que yo tuve nunca. Es uno de los mayores investigadores de todos los tiempos en el campo de los trasplantes, y habría llegado muy lejos si los condicionantes sociales se lo hubieran permitido".
Era un quiebre para las leyes sudafricanas. Naki, negro, no podía operar pacientes ni tocar sangre de blancos. Pero el hospital hizo una excepción para él. Se transformó en un cirujano... pero clandestino.
Era el mejor, daba clases a los estudiantes blancos, pero ganaba salario de técnico de laboratorio, el máximo que el hospital podía pagar a un negro. Vivía en una barraca sin luz eléctrica ni agua corriente, en una aldea del antiguo protectorado británico del Transkei (provincia de El Cabo) un gueto de la periferia.
Después que el apartheid acabó, le dieron una condecoración y un diploma de médico honoris causa.
El a menudo ingrato trabajo de experimentar con animales, le permitió afinar sus dotes quirúrgicas: "Ahora puedo alegrarme de que todo se sepa. Se ha encendido la luz y ya no hay oscuridad", dijo éste héroe clandestino al recibir en 2002 la orden de Mapungubwe, uno de los mayores honores de su país, por su contribución a la ciencia médica.
Hamilton Naki enseñó cirugía 40 años y se retiró con una pensión de jardinero, de 275 dólares por mes.
Nunca reclamó el reconocimiento por las injusticias que sufrió en toda su vida.
La muerte de Hamilton Naki, condenado durante casi cuatro décadas al anonimato por su condición de negro, nos recuerda uno de los episodios más vergonzosos de la medicina moderna.
Hoy, el mundo puede pedirle perdón, o tal vez, darles las gracias, aunque sea tarde.
Desde aquí, mi humilde homenaje.
Hasta la próxima.
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