por Staff ZonaBancos.com
jueves, 16 de octubre de 2003
La intrascendencia humana, fuerza a menudo la sublimación de la razón. Y en las ciencias sociales, donde la verificación empírica no puede hacerse a escala y aislando los fenómenos, eso puede dejarnos a merced de los pícaros. Seguramente tal consideración, hizo que Shumpeter incorporase a la historia como fundamento epistemológico de la economía, dándole una rango idéntico al de la teoría pura, o la estadística. Algo así como un cable a tierra...
En la adolescencia llegue a la economía por la vertiente teórica. En la universidad descubrí la utilidad de los métodos cuantitativos. Con la madurez, empezó mi inquietud por la historia. Poco tardé en relativizar las dos primeras fuentes, luego de juzgar sus “verdades reveladas”, a la luz de la tercera. Aprendí que todo saber es condicional, y que en sus postulados, suelen tener una excesiva ponderación los elementos lógicos y mercantiles vigentes al momento de su enunciado. Que lo colectivo y lo individual no responden a la misma lógica. Que el conocimiento es piramidal, ya que lo nuevo debe contener lo anterior; permitiendo que altura y base crezcan proporcionalmente; y que el tiempo tiene una importancia capital en el análisis, porque las finanzas pueden diferir consecuencias lógicas o precipitarlas súbitamente. Permítaseme ejemplificar...
La división del trabajo es útil para incrementar la productividad, tanto a nivel empresa como macroeconómicamente. Sin embargo, esto no nos libera de los costos que dicho proceso impone. A menudo, la eficiencia se exterioriza en una liberación de recursos; que una vez reinvertidos, permiten al sistema retornar a una senda de equilibrio estable. Pero no hay ningún elemento que permita responder a priori, tres preguntas capitales: ¿en que se gastarán los excedentes? ¿dónde? y ¿cuándo?. En una economía monetaria civilizada, esto da lugar a diferentes combinaciones entre consumo e inversión, interior y exterior o presente y futuro. No caben dudas de que a nivel global, el sistema habrá mejorado, aunque probablemente un obrero despedido no comparta esa opinión. Como se ve, conductas colectivamente lógicas pueden producir efectos individualmente adversos.
Otras veces, damos por ciertos, hechos que la realidad impugna. Mi respeto por Lord Keynes, no me impide reconocer que algunas conclusiones de la Teoría general, se fundan en supuestos de dudosa corrección. Dicha teoría explica que en un sistema con rigidez de precios, puede haber desempleo involuntario si una demanda insuficiente hace caer el retorno del capital por debajo del interés. Tras definir la tasa como el precio de la liquidez, recomienda el autor, expandir los medios de pago para que el costo del dinero caiga por debajo de la renta. En la teoría general de la tasa de interés (capitulo 13 de la obra), el autor postula en el apartado V: “Más aún, es imposible que el monto real de atesoramiento cambie como resultado de las decisiones del público, mientas por ‘atesoramiento’ queramos decir la tenencia real del efectivo, porque el volumen de atesoramiento tiene que ser igual a la cantidad de dinero (o -en ciertas definiciones- a la cantidad de dinero menos lo que se quiere para satisfacer el motivo transacción); y la cantidad de dinero, no está determinada por el público”.
Quien razone, notará dos errores. En primer lugar, el autor postula que los saldos reales están determinados por la oferta monetaria nominal; para luego negar que la demanda pueda modificarlos vía precios. Dicha premisa podría ser únicamente valida para sistemas monetarios con flexibilidad cambiaria; y aún así, mientras la cuenta de capitales estuviese abierta, nadie podría garantizar que a la expansión del numerario, corresponda mecánicamente, un descenso de la tasa. Cuestionada la premisa menor, dejo librado al buen juicio del lector, concluir sobre la mayor...
Otro error notable de la macroeconomía es igualar el fluir de fondos al concepto de ingreso, para luego identificarlo con el gasto. Asimilar la disposición patrimonial al concepto de renta-fuente, genera consecuencias nefastas. Nótese la diferencia entre el tratamiento dado a la riqueza en el ingreso, respecto del que se le concede en el gasto. Cualquier texto indica que la demanda está integrada por absorción y exportaciones; y que la primera esta compuesta por consumo (o “destrucción de bienes” –al decir del Prof. Jacques Rueff-); e inversión, que es el incremento del stock bruto de capital. Del lado de la demanda, la acumulación se segrega. Del lado de la oferta, nada parecido sucede. La disposición de capital se oculta, perdiendo una herramienta fundamental para diferenciar políticas correctas de liquidaciones “milagreras”.
Una correcta determinación de la renta, exige que se realicen los ajustes contables que permitan preservar alguna expresión del acervo de capital original. Esto llevaría, a que en la ecuación fundamental, la oferta global no fuese segregada en dos componentes (producto e importación); sino en tres, pues el producto debiera ser dividido entre renta generada y riqueza consumida. La composición y mensura de ésta, podría dar lugar a una discusión que no abordaremos aquí, pero que no debería excluir, como mínimo: el consumo de recursos naturales no renovables, el efecto monetario del balance de pagos y el capital que la previsión social requerirá para atender el consumo futuro de una humanidad más longeva.
La renta así determinada, explicaría porque algunos desconfiamos de los “milagros”, y permitiría anticipar algunos “cracs” originados en el festivo dispendio del capital. Pero difícilmente los académicos postulen algo así. Mejor olvide lo dicho.
Estas reflexiones son incompatibles con la demagogia vigente...
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