La crisis financiera global replantea las normas de Basilea

viernes, 27 de febrero de 2009

Los bancos más importantes y que supuestamente tenían los mejores equipos y sistemas de prevención perdieron miles de millones de dólares con las hipotecas subprime. Fallaron los controles y ganó la codicia, dice Daniel Perrotta.

Para el analista local Daniel Perrotta, en una entrevista que dio a Mercado en abril de 2008 –hace un año- lo que pasó fue que fallaron los controles, la transparencia y las calificadoras de riesgo. Y, evidentemente, ganó la codicia.

Así decía Perrotta: “A fines del año pasado, el estallido de la burbuja inmobiliaria estadounidense le hizo perder miles de millones de dólares a los bancos más importantes del mundo (que se supone tienen una cartera diversificada y sistemas complejos de análisis), a las compañías que habían asegurado los créditos y a los inversores que confiaron en los bancos y en las calificadoras que afirmaban que los fondos eran de bajo riesgo. En esta crisis que todavía sigue, dos elementos llaman particularmente la atención: que los hechos se registraron de manera previsible en las narices de todo el mundo y que la bomba explotó en entidades que supuestamente seguían las recomendaciones de Basilea sobre prevención de riesgos.

Para Daniel Perrotta, director de DP&A, el origen de la crisis es muy claro: “Las tasas de Estados Unidos llegan a 2003 en 1% anual. Los bancos, con liquidez, empiezan a prestarle cada vez más a gente a la que en modelos más restrictivos no le hubieran prestado. Mientras las tasas eran bajas, el deudor podía pagar y, como había crédito, las viviendas seguían subiendo. Toda esa cartera se ponía bajo un fideicomiso y se le vendía a un inversor: los bancos tomaban un pasivo a corto plazo y tenían el crédito a 10 años o más, y estos sistemas llevan al desastre. Cuando la tasa comienza a subir, estos deudores empiezan a no poder pagar. Y detrás viene la hecatombe”.

Los documentos de Basilea establecen formas de computar el capital mínimo que deben tener las entidades según los riesgos de sus carteras de créditos, títulos y operaciones. Pero esas fórmulas son también regulaciones sobre cómo deben funcionar. El primer documento, de 1986, ponía énfasis en el riesgo crediticio; en 1996, una enmienda empezó a computar los riesgos de mercado y los títulos públicos y financieros; y Basilea 2 avanzó en los riesgos operativos y les dio un papel central a las calificadoras de riesgo.

La cola del diablo

Perrotta no duda en atribuirles a esas agencias una alta responsabilidad: “Son llamativas las notas (de riesgo) con las que las evaluadoras calificaban títulos con un pasivo subyacente que eran deudores a los que en una situación normal no les hubiesen dado los créditos, que, a su vez, tenían garantías sobrevaluadas. Además de los inversores, los grandes perdedores son las calificadoras, ya que quedó al descubierto que su valuación no incluye eventos posibles a mediano y largo plazo”.

Para el analista, sin embargo, hubo “una conjunción de factores”. “El meollo del problema –sostiene– es que cuando se financian descalzados los activos y los pasivos, siempre existe riesgo. Es similar a lo que ocurrió en la Argentina durante el ‘tequila’, cuando muchos bancos regionales tomaban call en Buenos Aires a 2% anual y prestaban a 50% ó 60% en cuenta corriente; cuando el tequila cae, los bancos no se quieren prestar entre sí y cortan el crédito porque los deudores se transforman en incobrables”.

Basilea tiene otros pilares. Uno es el de transparencia, aquí violentado. “Lo perverso de esta operación es que los activos subyacentes estaban garantizados con hipotecas sobre viviendas sobrevaluadas y tenían una calificación similar a la de un bono del tesoro estadounidense con tasas mucho más altas. Ahí falló la transparencia”, reconoce Perrotta.

Otra incorporación de Basilea 2 fue la responsabilidad de los directores sobre la operación y los controles. Según el consultor, “el director dejó de ser una figura decorativa y de prestigio”. Pero en esta crisis, nadie responsabilizó a los directores. “Es increíble”, admite el analista. “Además de Basilea –agrega–, lo dice toda la legislación comparada. Lo que pasa es que el gremio se protege a sí mismo. Todavía miran para otro lado. Esto es hasta que un día alguien sea plenamente castigado”.

Desatada la tormenta, hubo dos formas de enfrentarla. Desde los bancos centrales (en particular la Fed y el BCE), con enormes inyecciones de dinero para contrarrestar los efectos de cualquier corrida. Y desde los propios bancos que registraron las cifras rojas por decenas de miles de millones (Citigroup, Morgan Stanley, UBS y Merrill Lynch, entre otros), buscando nuevos socios para recapitalizarse.

La solución individual no implicó más (ni menos) que la llegada o el crecimiento de bancos asiáticos e inversores árabes en esos bancos. Pero para la otra, Perrotta tiene algunos reparos: “En los modelos en los que el Banco Central puede emitir a gusto, que provean los fondos para atender las demandas de los inversores es inflacionario. Y es un círculo vicioso, porque la inflación impulsa las tasas, el deudor se hace más incobrable y se profundiza el problema. En el corto plazo sirvió, pero la crisis no terminó”.

Hacia Basilea 3

Como pasó tras los megaescándalos financieros de 2000 y 2001, es previsible que haya cambios regulatorios. “Me da la impresión –dice el analista– que esto va a llevar a introducir mejoras en el modelo (de Basilea)”. Sin embargo, no cree que provoque una separación de tareas como la que generó Sarbanes Oxley entre las de consultoría y auditoría, en este caso, entre el negocio tradicional del banco y la asesoría en inversiones de riesgo. “Lo que pasa –explica–, es que hecha la ley, hecha la trampa. En Colombia, por ejemplo, hay sociedades fiduciarias que operan con las inversiones, pero 95% son propiedad de bancos”.

Otra cosa que llamó la atención tras el derrumbe de las subprime fue que los grandes bancos españoles salieron prácticamente indemnes. Perrotta cree que esto es porque “tienen una tradición de crédito totalmente distinta a la estadounidense: no usan scoring matemático y son muy exigentes con respecto al máximo de financiación. Además, las autoridades españolas son muy celosas y por eso no permitieron invertir tanto en este tipo de títulos”.

Si se suman carteras con alta probabilidad de incobrabilidad, precios inmobiliarios sobrevaluados, increíbles calificaciones de riesgo y activos y pasivos descalzados, llama la atención que los bancos siguieran adelante y no se desprendieran de esos fondos. “Es que esa es la lógica racional del inversor, y hay una cierta irracionalidad –contesta el analista–. Estos títulos devengaban buena tasa... Y al fin y al cabo, habían recibido AAA de evaluadoras de riesgo de primer nivel”.

Fuente: Mercado