Unión Europea

El fondo para equilibrar el desarrollo de la Unión Europea camina marcha atrás

lunes, 20 de diciembre de 2010

La crisis financiera que atraviesa la región agita el debate entre los miembros más ricos de la UE sobre el futuro del Fondo de Cohesión

 Es un programa que todos los años paga la construcción de caminos y líneas de ferrocarril tan extensos que van de Berlín a Beijing. Los proyectos de transporte son sólo parte de un plan central de la Unión Europea que contribuye a la modernización de las regiones más pobres del bloque.

Quienes crearon el proyecto europeo hace décadas, y quienes lo mantienen ahora aseguran que la UE no tiene una misión más importante, y se refieren al Fondo de Cohesión, un programa a siete años que asciende a 347.000 millones de euros (u$s 459.000 millones).

Es la insignia que establece abiertamente una visión política que hace años que se mantiene y justifica la segunda partida más generosa del presupuesto de la UE: invirtiendo en desarrollo, el grupo dispar de países y regiones podrá finalmente convertirse en un mercado único coherente.

Pero al aumentar los problemas económicos de la UE, se empezó a cuestionar esa misma meta. El avance hacia la cohesión, que era tan real y tangible como los 8.000 kilómetros de vías y caminos que construyen todos los años, parece estar moviéndose marcha atrás.

Los países prósperos del norte se volvieron contra los sureños despilfarradores; las crisis que atraviesan países como Irlanda, Grecia y España, ahora ponen en riesgo al euro, la moneda única del bloque; los contribuyentes mientras tanto se preguntan si los beneficios de la UE pesan más que sus costos.

A medida que las 27 naciones de la UE se internan en las prolongadas negociaciones sobre su próximo presupuesto de siete años, que entrará en vigencia en 2014, los líderes de las capitales nacionales que impulsaban presupuestos austeros a través de sus parlamentos están pidiendo a Bruselas que haga lo mismo. Un objetivo tentador sería contar con un programa que en costos sólo quede eclipsado por la Política Agrícola Común (PAC), el sistema de subsidios al campo de la UE.

Aún sin las limitaciones presupuestarias, tal como descubrió FT durante una investigación, hay dudas sobre el valor agregado que puede brindar la UE cuando se trata de financiar desarrollo, en particular en los países más ricos. ¿Por qué Roma debe pasar por Bruselas para financiar el progreso de las regiones más pobres del sur de Italia? ¿No podría Roma financiar los proyectos por si mismo y eliminar toda la engorrosa burocracia de la UE?

Este relato encaja con la creciente tensión en la UE, que se observa a lo largo de todas las fases de su desarrollo: entre Bruselas y los estados miembro, ¿el poder de quién está en su fase ascendente? Los fondos estructurales florecieron en una era en que Bruselas prosperaba, particularmente bajo la conducción de gente como Jacques Delors, el poderoso presidente de la Comisión de 1985-94. El futuro de la política se está decidiendo después de un período en que el poder regresó marcadamente a las capitales nacionales. José Manuel Barroso, que encabezó la Comisión durante los últimos seis años, aseguró que ahora los bonos que “atan” a la UE parecen estar deshilachándose, es más importante que nunca contar con un sistema de fondos de cohesión fuerte y robusto.

“Tener una política de cohesión no es sólo una cuestión de justicia hacia las regiones menos desarrolladas, es también un beneficio para los países ricos más desarrollados”, señaló Barroso hace poco. “Si no, vamos a ver desequilibrios mayores que, en realidad, pueden poner en peligro la estabilidad de la zona del euro y a la UE en general”. Pero queda abierta la pregunta si el sermón de Barroso será suficiente para desviar el reclamo de algunos países —que mayormente son los aportantes netos al presupuesto de la UE—, que exigen que se recorten en gran medida algunos programas.

Es un interrogante que hasta hace poco recibía poca atención. Si bien la PAC fue objeto de una extensa reestructuración y está enfrentando más cambios, Bruselas afirma que el sistema de fondos estructurales, dentro del cual se encuentra el programa de cohesión, necesita una pequeña reforma para modernizarlo. “Tenemos que estar abiertos a diferentes posibilidades para el diseño de políticas, pero siempre basadas en la implementación de las políticas que en general han tenido éxito en el pasado”, afirmó Barroso.

La comisión sugirió mantener el presupuesto en el mismo nivel pero que los fondos estén más centrados en el financiamiento de proyectos que ayudarán en gran medida a la economía de toda Europa, inversión en tecnologías nuevas o investigación y desarrollo a largo plazo. Eso vinculará los fondos con los esfuerzos de Europa por salir de la actual crisis económica y para encontrar una manera de competir contra países como China y la India.

Pero no sólo decidirá la Comisión. Como mayores aportantes de la UE, los gobiernos miembro tendrán más influencia al momento de determinar qué forma tomará el programa en el futuro. Si bien existen reservas en algunas capitales nacionales, existe un apoyo casi unánime a los principios sobre los que se basan los fondos estructurales.

A diferencia de la Comisión, algunos estados miembro quieren debatir sobre el tamaño del programa y su forma. Para reducir el gasto, algunos críticos aseguran que en vez de permitir que todas las regiones en Europa estén en condiciones de recibir fondos de cohesión —tal como ocurre ahora— debería haber un programa de menor escala abierto sólo a los países más pobres.

Actualmente, más de una tercera parte de todos los fondos estructurales van a los países cuyo PBI per cápita es superior al promedio de la UE, como Alemania (25.000 millones de euros en siete años) o Italia (28.000 millones de euros). La mayoría de ese dinero va a las regiones económicamente deprimidas dentro de esos países ricos, por ejemplo el sur de Italia o la ex Alemania oriental.

Pero todas las regiones reciben al menos algo de dinero proveniente de los fondos estructurales de la UE. Hasta Luxemburgo, que es uno de los países más prósperos del mundo, recibirá 50 millones de euros en los siete años hasta 2013.

Durante las últimas negociaciones sobre el presupuesto, hace cuatro años, los aportantes netos del presupuesto de la UE, como Gran Bretaña y Holanda, pidieron suspender la financiación estructural en los países ricos. En su lugar, impulsaron un programa más chico centrado principalmente en las naciones recién incorporadas, provenientes del este del ex bloque comunista.

Ahora, con la crisis económica esas consideraciones son más urgentes y esos mismos países, junto con nuevos aliados como Suecia, están buscando formas adicionales de reducir sus aportes al presupuesto. Recortar la financiación para el desarrollo a países como Dinamarca y Austria es una manera sencilla de hacerlo.

Fabrizio Barca, alto funcionario del Tesoro italiano a quien la Comisión le encargó el año pasado que analice el futuro de los fondos estructurales, concluyó que eliminando a los países ricos del programa se alteraría el propósito de los fondos. “Algunos creen... que la política de cohesión se trata mayormente —si no solamente— de redistribuir recursos financieros entre estados miembro y regiones”, agregó Barca. “No se dieron cuenta de que la política de cohesión es, o debería ser, una política para el desarrollo”.

Este “amplio” enfoque hacia los fondos estructurales —donde todas las 271 regiones reconocidas de la UE reciben dinero— sirve para otro fin. Al canalizar dinero a todo el continente, Bruselas está también tratando de usar la política de cohesión para implementar sus metas más amplias, como fomentar el desarrollo de energía limpia y otras reformas económicas.

El plan que dieron a conocer Johannes Hahn y László Andor el mes pasado afirmaba que la Comisión debería tener un control más directo sobre cómo se gasta el dinero, un área donde los estados miembro actualmente tienen una función predominante.

En vez de que cada región reciba una suma pre—acordada al comienzo del esquema de siete años, y luego arme los proyectos para usar ese dinero, su propuesta pone parte de los fondos estructurales en manos de la Comisión para que la asigne en base a los propios criterios de la UE. Las mejores ideas serían comparadas con la estrategia Lisboa 2020 adoptada en junio, una agenda económica que apunta a guiar la política de la UE a lo largo de la próxima década.

“Buscamos recompensar a aquellos estados miembro o regiones que superen los objetivos que ellos mismos fijaron”, comentó Hahn.

Además, si se direccionan fondos hacia las metas de Lisboa 2020, el dinero tampoco llegaría a las áreas donde, según la UE, se necesitan más reformas para que el dinero se invierta eficientemente. Tal como señaló un funcionario de la Comisión: “No tiene sentido que la UE financie plantas de tratamiento de aguas residuales en un estado miembro que todavía no han cumplido totalmente con las regulaciones ambientales europeas”.

Aún cuando la Comisión pudiera asignar discrecionalmente sólo un tramo pequeño de dinero —entre 1% y 2%—, como resultado se introduciría un elemento de competencia en la asignación de fondos estructurales, lo que aseguraría el surgimiento de proyectos mejores, asegura Hahn.

La mayor desventaja de eso es política: los gobiernos nacionales no quieren competir por dinero que, conforme al actual sistema, es de ellos porque les corresponde. Por consiguiente, el mes pasado la propuesta de la Comisión tuvo una fría recepción por parte de los ministros nacionales

“Podría transformar los fondos estructurales en un sistema complicado de premios y castigos que podría emplear la Comisión para cumplir con su agenda”, dijo un diplomático de un estado miembro grande. “Francamente, la mayoría de los gobiernos preferirían simplemente cobrar los cheques en vez de tener que abogar por ellos”.

Fuente: El Cronista