Tarjetas de créditos

Robo de identidad: ¿tenés gastos en la tarjeta que no son tuyos?

martes, 17 de noviembre de 2015

Es una modalidad en ascenso a medida que la tecnología es cada vez más sofisticada; hoy, los ciberladrones no dan la cara, no lo necesitan

Finalmente hace pocos días cayó la banda de "el Sapo" Ciarlo, un astuto estafador que usaba tarjetas de crédito ajenas para comprar pasajes, que después vendía a través de una agencia de viajes trucha. La fiscalía de Puerto Madryn, en Chubut, reunió las pruebas necesarias para su detención, y calcula que la estafa llegó a los 10 millones de pesos.

Su modus operandi era bastante sencillo. Obtenían datos de tarjetas de crédito en estaciones de servicio y comercios. Después lograban dar con la información del titular, y bingo.

"Todo va bien hasta que alguno de los damnificados ve el resumen de la tarjeta", dice Walter Mercapide, jefe de Análisis y Prevención de Fraude del Banco Galicia. "Este tipo de fraude ya lo habíamos visto otras veces, pero había aflojado porque las agencias de turismo tenían que estar inscriptas con un código especial que conocían las aerolíneas", agrega, pero siempre hay desprevenidos y sugiere que cuando se paga algo con la tarjeta de crédito, el plástico esté siempre bajo la mirada de su dueño.

"No hay que sacarle la vista a la tarjeta porque se puede copiar la información. También hay gente que recibe mails falsos que dicen: estamos observando que hay problemas de seguridad de la tarjeta, por favor bríndenos su número de tarjeta, la clave y los números de coordenadas, y ¡la gente lo hace!", dice el especialista del Galicia.

Un paso más allá, mucho más sofisticado en el manejo de la tecnología para cometer delitos, es el uso de los medios electrónicos para llevar a cabo los ilícitos. "El fraude se fue para el lado de los delitos informáticos", dice Mercapide.

Y tiene toda la razón. Hasta las simpáticas apps pueden ser usadas por los ladrones a distancia. Como consigna una nota de BBC Mundo, la aplicación InstaAgent roba las contraseñas de los usuarios. Se trata de un programa para iOS y Android que encabezó la lista de apps gratuitas de países como el Reino Unido, Canadá y España, y que ya fue eliminada de las tiendas de Google y Apple.

En la Argentina, los delitos informáticos crecen a pasos agigantados. El 21% de las 80 empresas encuestadas por PwC reportó este tipo de delitos, mientras que en 2011 eran sólo el 8 por ciento.

"Las personas son el vínculo más débil en la cadena de seguridad", dice el informe de PwC sobre delitos económicos. " Los hackers, con frecuencia, se aprovechan de la ingenuidad humana a través de ataques como spear phishing (suplantación de identidad). Se trata de un correo electrónico de una fuente confiable, como un banco, para tomar ventaja del usuario distraído.

El mayor cibergolpe de este siglo se supo en febrero de este año, cuando se desarticuló a una banda que robó hasta 1000 millones de dólares de 100 bancos durante dos años. La llamada Carnabak, a través de mails mentirosos, logró que empleados abrieran archivos maliciosos para administrar las cámaras de videovigilancia.

Una nota publicada en LA NACION explica que, en el colmo de la sofisticación, los delincuentes aprendían las costumbres de los empleados de los bancos (paradójicamente entrenados para prevenir fraudes) e imitaban sus movimientos a la hora de transferir el dinero, usando, justamente, el spear phishing. "Ningún sector puede considerarse inmune a los ataques", dijo Sanjay Virmani, director del centro de delitos digitales de Interpol.

Los hackers pueden adivinar, robar o sobornar para conseguir una contraseña. "La habilidad del cerebro humano para recordar una contraseña compleja, sin escribirla, no ha mejorado", dice PwC, y los delincuentes lo saben.

Víctimas

Con poco cuidado y menos dinero

Carecemos de habilidad para recordar contraseñas complejas, algo que es aprovechado por los ciberdelincuentes. Pero también tenemos descuidos imperdonables como dejar librada al azar y sin verla, por unos minutos, la tarjeta de crédito cuando la usamos para pagar 

Fuente: La Nación